lunes, 13 de mayo de 2013

Capitulo 2


-          ¡Hay que ver en lo que te has metido! – me espetó Sonia dando vueltas por la habitación.

No le contesté, no hacía falta que lo hiciera.

-          ¡Ahora estás con anorexia en un puto hospital! – prosiguió haciendo movimientos exagerados con las manos.

Me miré el vientre con disimulo. ¿Por qué todos dicen que estoy delgada?.
La chica se acercó a mí y me dio un flojo golpe en el hombro.

-          ¡Ei contesta!
-          ¡Que quieres joder! ¡Si me veo gorda, me lo veo y punto!

Sonia resopló.

-          La de veces que te he dicho que no estás gorda… ¡Y va y me entras con anorexia!

Una enfermera entró.

-          Alicia, te toca comer

Puse mala cara.

-          Me voy, luego seguimos hablando – dijo Sonia.

Salió de la habitación sin abrazarme ni nada y se fue.
La enfermera me guió al comedor.
Era una habitación amplia y muy iluminada. La vigilaban enfermeras y en las grandes mesas había platos de sopas o ensaladas.
El olorcillo de la comida me llegó, haciendo que me entrara arcadas.

-          ¡Alicia, Alicia!

Teresa me llamaba desde la otra punta de la habitación.
Me resigne a sentarme a su lado.
En cuanto me senté me pusieron delante un plato de sopa, dos ensaladas y una manzana.
Arrugué la nariz y decidí mirar a otro lado.

-          ¿Qué tal tu primera semana en el hospital? – preguntó Teresa, que también tenía el plato lleno.
-          Regular… no me acostumbro muy bien… ¿Tú cuanto tiempo llevas ingresada?
-          Tres semanas y no he engordado ni un kilo
Parecía muy orgullosa de ello. En eso teníamos la misma opinión, no queríamos engordar.

-          Que mala pinta tiene esto… - comenté mirando la sopa de color amarillo.
-          Si… si quieren que comamos, al menos que nos pongan algo decente.

Las dos reímos.

-          ¡¡Mañana vienen los pulseras!! – saltó de repente, haciendo que el primer sorbo de sopa se me cayera de nuevo al plato.

Puse los ojos en blanco, y, cerrando los ojos, me llevé una cucharada a la boca.
Me entraron arcadas y pesimismo.

-          ¿Tenías novio fuera del hospital? – preguntó la chica con inocencia.

Me quedé en silencio mirando la sopa. Me puse tensa al instante, recordando esas palabras que tanto me hirieron: ‘’ Eres una mierda, una tía a la que nadie nunca va a querer, ¡No eres nada! ¡¿Pero has visto tu físico?! ¡Muérete!’’.

-          ¡¡Eh!! ¿Tenías novio?
-          Más o menos… - respondí.

Me lleve otra cucharada a la boca. Me entraron arcadas y se me saltaron unas pocas lágrimas por la fatiga y la pregunta.

-          Yo tenía uno, pero me dejo cuando entré en el hospital. Es un cabrón – dijo sin darle importancia.
-          Oye… - quería cambiar el tema de los novios - ¿Y que van a hacer los pulseras mañana en el hospital?

Los ojos de Teresa se iluminaron de felicidad.

-          Pues Joana va a hacer una campaña sobre la anorexia para intentar que engordemos. Cada Jueves nos va a dar una charla sobre diferentes temas y la acompaña todos los pulseras.

Solté un pequeño: ‘’Já’’. Teresa me miró confundida.

-          Yo no iré – dije.
-          ¿Y eso?
-          Paso de que intenten lavarme el cerebro con esas mierdas de que estamos en los huesos…  yo tengo mis ideas claras.

Teresa me miró con expectación unos segundos. Luego volvió su mirada al plato de ensalada.
Cogió un poco y se lo llevó a la boca, poniendo cara de asco.
-          Está horrible… - se quejó.

Se me ocurrió una idea.

-          ¿Escondemos la comida? – sugerí con un hilo de voz.
-          Ya lo intenté… pero siempre pillan a todas.

Giré la cabeza y observé a una enfermera que vigilaba a un grupo de chicas que cuchicheaban entre ellas.

-          ¡Comed chicas que tenéis el plato entero!

Una enfermera se acerco en ese momento.

-          ¡Esta asqueroso! – me quejé.
-          Lo siento, pero debéis coméoslo

Suspiramos y a la vez nos llevamos una cucharada de sopa.
Miré de soslayo la puerta del baño.
Teresa capto mi idea y de repente empezó a comer como una posesa.
La imité, solamente que me costaba mucho trabajo tragar sin que me entraran arcadas.
Cuando acabamos, tenía las lágrimas saltadas y respiraba con un poco de dificultad.

-          Bien echo – nos felicitó la enfermera cogiendo los platos vacíos – podéis iros ya.

Teresa y yo nos miramos y nos largamos con prisa.
Cogí a la chica de la mano y la alejé del baño.

-          ¡¿Qué haces?! ¡Creía que íbamos a…
-          Y eso haremos, pero disimula un poco y no vallas directa.

Nos paramos en una columna.

-          Eres lista… - dijo, mirando con admiración.
-          A veces…

Le sonreí y miré la entrada del baño.

-          Vamos ahora

Empezamos a correr.
Al llegar fuimos directas al retrete. Ahora me sentía mucho mejor.

-          Eres buena compañera de retretes… - la oí comentar desde el otro lado.

Reí.

-          Tú tampoco estás tan mal – respondí con la risa entrecortada.

Salimos a la vez.
Al final esta chica no iba a ser tan idiota o inmadura como pensaba.

-          ¡Cuando vea a los Pulseras me tiraré encima de ellos! – comentó.

Bueno, un poco inmadura y loca si que es.

Al día siguiente

Pasé la página del libro con tranquilidad, oyendo de fondo los grititos de Teresa.

-          ¡¡Falta 20 minutos para que lleguen!! – anunció.
-          Pues muy bien…

Teresa no paraba de dar vueltas por la habitación.
Una enfermera entró.

-          Chicas, ir ya al salón de actos, que estan apunto llegar

Teresa soltó un gritito y salió corriendo.
Yo no me moví y seguí leyendo.

-          Alicia, corre que llegarás tarde.
-          No voy a ir

La enfermera me miró sorprendida.

-          ¿Cómo que no?
-          No tengo ganas de escuchar tonterías
-          ¿Cómo que tonterías? ¡Van a decir cosas muy importantes sobre tu enfermedad!
-          Me da igual.

De repente, la enferma me arrancó el libro de las manos y se lo guardo.

-          ¡¡Eh!!
-          ¡Al salón de actos o digo que te pongan más comida!

Me levanté de la cama refunfuñando y me dirigí al salón de actos.
Teresa estaba sentada en una de las sillas y parecía muy nerviosa.
También había muchas chicas, que como ella, parecían nerviosas.
Me senté a su lado y suspiré.

-          ¿Al final vienes? – preguntó sorprendida.
-          Me han obligado…

Teresa rió.
Todas las chicas se sentaron y al poco se oyeron gritos de emoción.
Los cinco chicos y la chica subieron al escenario, saludando con una amplia sonrisa a todas las personas del lugar.
Joana se acercó a un micrófono que habían puesto en medio.

-          ¡Muchas gracias por asistir! Sé que no es un tema que os guste hablar… pero hay que hablarlo…

Su charla prosiguió un buen rato. Cada palabra que decía me entraba por un oído y me salía por el otro, al contrario que las demás chicas, que asentía a cada palabra que ella decía.

-          Me gustaría que al final de la charla os comierais todos unos trozos de bizcocho para que os deis cuenta de que…

¿Comer? Eso ya fue el colmo.
Me levanté sin hacer ruido de la silla y me alejé a mi habitación.
Nadie se percató de que me acababa de levantar. Bueno, nadie o casi nadie.
Noté una mirada fija en mí.
Me giré para ver si me estaba volviendo loca, y no lo estaba.
Un chico de ojos marrones y con el pelo hacia arriba me observaba fijamente y con expresión seria.
Le devolví la mirada con frialdad y seguí mi camino.
Si por ser famoso cree que me va a hacer volver a sentarme, ese Mikel esta muy equivocado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario