-
¡Hay que ver
en lo que te has metido! – me espetó Sonia dando vueltas por la habitación.
No le contesté, no hacía
falta que lo hiciera.
-
¡Ahora estás
con anorexia en un puto hospital! – prosiguió haciendo movimientos exagerados
con las manos.
Me miré el vientre con
disimulo. ¿Por qué todos dicen que estoy delgada?.
La chica se acercó a mí y
me dio un flojo golpe en el hombro.
-
¡Ei contesta!
-
¡Que quieres
joder! ¡Si me veo gorda, me lo veo y punto!
Sonia resopló.
-
La de veces que
te he dicho que no estás gorda… ¡Y va y me entras con anorexia!
Una
enfermera entró.
-
Alicia, te
toca comer
Puse mala cara.
-
Me voy, luego
seguimos hablando – dijo Sonia.
Salió de la habitación sin
abrazarme ni nada y se fue.
La enfermera me guió al comedor.
Era una habitación amplia
y muy iluminada. La vigilaban enfermeras y en las grandes mesas había platos de
sopas o ensaladas.
El olorcillo de la comida
me llegó, haciendo que me entrara arcadas.
-
¡Alicia,
Alicia!
Teresa me llamaba desde la
otra punta de la habitación.
Me resigne a sentarme a su
lado.
En cuanto me senté me
pusieron delante un plato de sopa, dos ensaladas y una manzana.
Arrugué la nariz y decidí
mirar a otro lado.
-
¿Qué tal tu
primera semana en el hospital? – preguntó Teresa, que también tenía el plato
lleno.
-
Regular… no me
acostumbro muy bien… ¿Tú cuanto tiempo llevas ingresada?
-
Tres semanas y
no he engordado ni un kilo
Parecía muy orgullosa de
ello. En eso teníamos la misma opinión, no queríamos engordar.
-
Que mala pinta
tiene esto… - comenté mirando la sopa de color amarillo.
-
Si… si quieren
que comamos, al menos que nos pongan algo decente.
Las dos reímos.
-
¡¡Mañana
vienen los pulseras!! – saltó de repente, haciendo que el primer sorbo de sopa
se me cayera de nuevo al plato.
Puse los ojos en blanco,
y, cerrando los ojos, me llevé una cucharada a la boca.
Me entraron arcadas y
pesimismo.
-
¿Tenías novio
fuera del hospital? – preguntó la chica con inocencia.
Me quedé en silencio
mirando la sopa. Me puse tensa al instante, recordando esas palabras que tanto
me hirieron: ‘’ Eres una mierda, una tía a la que nadie nunca va a querer, ¡No
eres nada! ¡¿Pero has visto tu físico?! ¡Muérete!’’.
-
¡¡Eh!! ¿Tenías
novio?
-
Más o menos… -
respondí.
Me lleve otra cucharada a
la boca. Me entraron arcadas y se me saltaron unas pocas lágrimas por la fatiga
y la pregunta.
-
Yo tenía uno,
pero me dejo cuando entré en el hospital. Es un cabrón – dijo sin darle
importancia.
-
Oye… - quería
cambiar el tema de los novios - ¿Y que van a hacer los pulseras mañana en el
hospital?
Los ojos de Teresa se
iluminaron de felicidad.
-
Pues Joana va
a hacer una campaña sobre la anorexia para intentar que engordemos. Cada Jueves
nos va a dar una charla sobre diferentes temas y la acompaña todos los
pulseras.
Solté un pequeño: ‘’Já’’.
Teresa me miró confundida.
-
Yo no iré –
dije.
-
¿Y eso?
-
Paso de que
intenten lavarme el cerebro con esas mierdas de que estamos en los huesos… yo tengo mis ideas claras.
Teresa me miró con
expectación unos segundos. Luego volvió su mirada al plato de ensalada.
Cogió un poco y se lo
llevó a la boca, poniendo cara de asco.
-
Está horrible…
- se quejó.
Se me ocurrió una idea.
-
¿Escondemos la
comida? – sugerí con un hilo de voz.
-
Ya lo intenté…
pero siempre pillan a todas.
Giré la cabeza y observé a
una enfermera que vigilaba a un grupo de chicas que cuchicheaban entre ellas.
-
¡Comed chicas
que tenéis el plato entero!
Una enfermera se acerco en
ese momento.
-
¡Esta
asqueroso! – me quejé.
-
Lo siento,
pero debéis coméoslo
Suspiramos y a la vez nos
llevamos una cucharada de sopa.
Miré de soslayo la puerta
del baño.
Teresa capto mi idea y de
repente empezó a comer como una posesa.
La imité, solamente que me
costaba mucho trabajo tragar sin que me entraran arcadas.
Cuando acabamos, tenía las
lágrimas saltadas y respiraba con un poco de dificultad.
-
Bien echo –
nos felicitó la enfermera cogiendo los platos vacíos – podéis iros ya.
Teresa y yo nos miramos y
nos largamos con prisa.
Cogí a la chica de la mano
y la alejé del baño.
-
¡¿Qué haces?!
¡Creía que íbamos a…
-
Y eso haremos,
pero disimula un poco y no vallas directa.
Nos paramos en una
columna.
-
Eres lista… -
dijo, mirando con admiración.
-
A veces…
Le sonreí y miré la
entrada del baño.
-
Vamos ahora
Empezamos a correr.
Al llegar fuimos directas
al retrete. Ahora me sentía mucho mejor.
-
Eres buena
compañera de retretes… - la oí comentar desde el otro lado.
Reí.
-
Tú tampoco
estás tan mal – respondí con la risa entrecortada.
Salimos a la vez.
Al final esta chica no iba
a ser tan idiota o inmadura como pensaba.
-
¡Cuando vea a
los Pulseras me tiraré encima de ellos! – comentó.
Bueno, un poco inmadura y
loca si que es.
Al día siguiente
Pasé la página del libro
con tranquilidad, oyendo de fondo los grititos de Teresa.
-
¡¡Falta 20
minutos para que lleguen!! – anunció.
-
Pues muy bien…
Teresa no paraba de dar
vueltas por la habitación.
Una enfermera entró.
-
Chicas, ir ya
al salón de actos, que estan apunto llegar
Teresa soltó un gritito y
salió corriendo.
Yo no me moví y seguí
leyendo.
-
Alicia, corre
que llegarás tarde.
-
No voy a ir
La enfermera me miró sorprendida.
-
¿Cómo que no?
-
No tengo ganas
de escuchar tonterías
-
¿Cómo que
tonterías? ¡Van a decir cosas muy importantes sobre tu enfermedad!
-
Me da igual.
De repente, la enferma me
arrancó el libro de las manos y se lo guardo.
-
¡¡Eh!!
-
¡Al salón de
actos o digo que te pongan más comida!
Me levanté de la cama
refunfuñando y me dirigí al salón de actos.
Teresa estaba sentada en
una de las sillas y parecía muy nerviosa.
También había muchas
chicas, que como ella, parecían nerviosas.
Me senté a su lado y
suspiré.
-
¿Al final
vienes? – preguntó sorprendida.
-
Me han
obligado…
Teresa rió.
Todas las chicas se
sentaron y al poco se oyeron gritos de emoción.
Los cinco chicos y la
chica subieron al escenario, saludando con una amplia sonrisa a todas las
personas del lugar.
Joana se acercó a un
micrófono que habían puesto en medio.
-
¡Muchas
gracias por asistir! Sé que no es un tema que os guste hablar… pero hay que
hablarlo…
Su charla prosiguió un
buen rato. Cada palabra que decía me entraba por un oído y me salía por el
otro, al contrario que las demás chicas, que asentía a cada palabra que ella
decía.
-
Me gustaría
que al final de la charla os comierais todos unos trozos de bizcocho para que
os deis cuenta de que…
¿Comer? Eso ya fue el
colmo.
Me levanté sin hacer ruido
de la silla y me alejé a mi habitación.
Nadie se percató de que me
acababa de levantar. Bueno, nadie o casi nadie.
Noté una mirada fija en
mí.
Me giré para ver si me
estaba volviendo loca, y no lo estaba.
Un chico de ojos marrones
y con el pelo hacia arriba me observaba fijamente y con expresión seria.
Le devolví la mirada con
frialdad y seguí mi camino.
Si por ser famoso cree que
me va a hacer volver a sentarme, ese Mikel esta muy equivocado.
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